martes, 2 de septiembre de 2008

No soy capáz ni de titular

Estimado Impostura:

Por la presente te comunico que me resulta imposible colaborar en este blog, al menos, temporalmente. Lo sé, estás disgustado, y lo entiendo, porque lo que te pierdes es mucho, pero al menos tengo un buen motivo que no dudaré en utilizar como improvisada protección frente a tus siempre sutiles ataques.

Estoy sufriendo un bloqueo.

Sé que hace falta ser escritor para poder sufrir ‘bloqueos’, y te aseguro que he pensado mucho sobre ello antes de confesártelo. Es casi un ejercicio de pedantería diagnosticarme a mí mismo este tipo de dolencia – porque aunque no lo creas, me duele más a mí que a ti-, pero no tengo más remedio que asumirlo y confesarlo.
Para llegar a esta conclusión, he realizado un analítico examen de mis circunstancias, siempre curiosas cuanto menos, y paso a exponer mis conclusiones a fin de que confíes en mi palabra.

En primer lugar, me sobra el tiempo. Habitualmente esto no es así, y la rutina laboral me mantiene en un estado de feliz letargo, como a otros muchos. Buenas y malas ideas cruzan por mi mente, y tras un confuso proceso de selección cuyos criterios nunca llegaré a comprender, decido cuales son adecuadas y cuáles no. Después pienso en lo fantástico que sería tener tiempo para dedicar a esos conceptos, pero me resigno, demostrando un alto grado de madurez, a no poder realizarlo por mis obligaciones laborales, y en ocasiones, conyugales.

Sin embargo, ahora no soy más que la puta definición de ‘parado’.

Siguiendo mi particular y sana tradición del despido veraniego, llevo ya más de un mes haciendo algo que no puede camuflarse tras eufemismo alguno: me estoy tocando los huevos. A una mano, a dos, o alternando, pero en cualquier caso no existe preocupación u obligación en mi vida que me obligue a levantarme del sofá, a menos que no alcance desde la horizontalidad algunos de los utensilios básicos para mi supervivencia. Resulta curioso, y permíteme la divagación, que las necesidades básicas varíen tanto dependiendo del contexto. En mi caso, la Coca-cola (y no digo refresco para no inducir a errores), el mando de la consola y el tabaco son imprescindibles para mantener mi cordura y estabilidad. Nunca se ha demostrado que funcionen, pero sigo confiando en ellos.

Tengo tiempo, por tanto, para dedicar a esos grandes proyectos aplazados, y sin embargo, me resulta imposible. No hay red de seguridad ni excusa para el fracaso: tengo los medios y el tiempo necesarios, pero no puedo hacerlo. Echo de menos, en definitiva, no ser el responsable directo de mis propias decisiones. Diluirse en el sistema es sencillo y reconfortante, ya sabes, y por lo visto, cuando uno se enfrenta a sus propias expectativas, no siempre sale bien parado del lance.

En segundo lugar, tengo el tema. No puedo escudarme en ningún tipo de escasez de ideas, ya que eso nunca ha supuesto un problema para mí. Con esto no quiero decir que mi cerebro sea una constante factoría de genialidades, ni mucho menos, y no hay más que escucharme hablar para cerciorarse de ello. Con esto quiero decir que, y vuelvo a hacer referencia aquí a mi complejo y confuso proceso de selección mental, todo me parece digno de un relato.

Pasé frente a lo que resultó ser el ‘Instituto de Investigación Teológica’, y decidí firmemente que escribiría sobre ello. Pensaba hacerlo en tono de humor, y describiría la situación: Un hombre en silencio frente a una habitación, esperando imperturbable alguna señal divina que demostrara su existencia. Lo imaginaba enviando emails para informar de sus avances, siempre nulos, y pensaba esforzarme más que con este pequeño resumen que en ningún caso representa de forma fiable la idea original.

Pensé también -en otro momento por supuesto-, en escribir algo sobre el consumismo alternativo y en como sustentamos todos de forma pasiva el sistema al que repudiamos. Me di cuenta, a saber porqué, de que ni siquiera la muerte evita que sigamos alimentándolo. Ya bajo tierra, seguimos pagando intereses al banco, y nuestros acreedores, siguen tomando de nuestra cuenta corriente su dinero. La hipoteca, la letra del coche, la subscripción al Cosmopolitan (mierda, me he ido de la lengua), se sigue cobrando de forma inalterable hasta que alguien informe de lo contrario. Obviamente, y desde que no se fabrican tumbas con campana para las resucitaciones milagrosas e inesperadas (¿Habrá otro tipo de resucitaciones?), es difícil que uno mismo pueda informar de su fallecimiento. Queda la cosa en manos de la familia, pero claro, a saber si están dispuestos a dejar de estar a la última en moda, y encima, por la jeta. Finalmente deseché la idea, ya que el tema me parecía demasiado profundo, y no creo que mi personaje estuviera a la altura, y desde luego, apropiado no era.

Mucho tiempo después, con suficiente espacio temporal como para recobrarme del esfuerzo, pensaba criticar abiertamente a nuestra generación. Resulta que la vetusta idea de que ‘el hombre nace para trabajar’ ya hace mucho que dejó de encajar con la visión que tienen del mundo los nuevos (no me quedan sinónimos). Ahora el hombre nace para divertirse, qué coño, Carpe Diem y resaca. Los hombres con traje nos la sudan, los mercedes nos la sudan, los jefes nos la sudan… y de repente, unos años después, nos encontramos a nosotros mismos tratando de destacar entre la manada de la única forma que sabemos, laboralmente. Nos felicitamos por los ascensos, hablamos de nuestros sueldos como si nos estuviéramos midiendo la polla, y calculamos nuestra trayectoria profesional para dilucidar si cumpliremos con nuestros objetivos finales. Nos damos cuenta de que hemos asistido a la universidad por un motivo, aunque no lo sabíamos. Pensábamos que sólo lo hacíamos para retrasar lo inevitable, y resulta que en realidad estábamos posicionándonos para cuando se nos pasara la tontería. Al final, resulta que el mercedes y el traje son unas de las mejores formas de demostrarle a los demás hasta que punto eres superior a ellos, sin tener que decírselo a la cara.

Pero no, al final no, no pude escribir ni sobre teología, ni sobre capitalismo, ni sobre la meritocracia, ni sobre el materialismo, ni sobre el fascinante arte de contar chistes, una de las últimas genialidades que pasó el filtro mental. Renuncio, y con total honestidad, te aseguro q no puede tratarse de otra cosa q no sea un bloqueo. Eso sí, ten por seguro que en cuanto me encuentre en disposición de escribir algo, serás el primero en saberlo.

Gracias por tu comprensión, y un cordial saludo.

miércoles, 30 de julio de 2008

Cartas desde Bcn

Estimado Chonk,
Llevando tan sólo dos jornadas de este extraño y un tanto provisional viaje, me he animado a escribirle relatando parte de los hechos pintorescos con los que me voy encontrando a diario. Le conozco bien, así que no hace falta que ya sonría ante las perspectiva de tener que aguantar la cantidad de sandeces que puedo escribir diariamente desde mi visión de turista castizo: “Qué interesante, señores. ¡Qué alegría, qué placer! Casi se me cae el monóculo del asombro” Supongo que todo será cuestión de regular el enarcado de nuestras respectivas cejas, cargar bien de tabaco las respectivas pipas y competir malsanamente (pero con un cierto orden) a la hora de hacer figuritas de humo frente al ordenador. El caso es que no se trata, como bien imagina, de intentar infructuosamente sacudirme este estilo Varcarcelniano del Siglo XVIII cada vez que decido ponerme a escribirle una crónica de viajes. Por cierto y sin venir a cuento, mientras le escribo, la radio comenta la iniciativa de un blog para fomentar la solidad interregional: “Apadrina un niño extremeño”. ¿Qué le parece?. Por supuesto no espero que me responda “formidable” y a mi regreso le llevemos juntos –y de la mano- al nuevo estreno de Batman. En fin, ruego me disculpe, me pierdo. Esto de navegar todavía me produce mareos. O lo que es lo mismo, que corto el rollo y le cuento la jugosa anécdota por la que le escribo. Anoche cené en mi antigua casa y uno de mis compañeros de piso me contó que estuvo como voluntario en las olimpiadas gays de natación. Lo divertido del asunto es que en palabras de sus organizadores su objetivo es desaparecer cuando los gays dejen de ser discriminados en Europa. Para ello han creado unas extrañas olimpiadas donde no hay distinción de género ni de edad a la hora de competir, es decir, más "abiertas" que las "oficiales"; de igual manera desarrollan paralelamente una serie de actos culturales. Me contó el título de una de los conferencias y casi acabo llorando de la risa: "GAYS SORDOMUDOS: DOBLE DISCRIMINACIÓN". El esperpento sobrevino, amigo Chonk, cuando me relató con todo detalle como a dicha conferencia sólo habían asistido 5 personas, pues se impartió en el más absoluto silencio, c'est à dire, en lengua de signos. Impresionante. Parece sacado de nuestro querido Thomas Pynchon.

Quedo en espera de noticias suyas desde el Califato Independiente Murciano,

El segundo error

Sin duda cometimos muchos antes, pero el primero que recuerdo fue en Wroclaw (Polonia), a horas altas de la madrugada y bajas de nuestro estado físico, por no decir en plena decadencia etílica. También recuerdo –y esto puede sonar a contradicción en tan lamentable estado- que una vez alcanzado dicho punto de la noche y de la fiesta, el viajero tenía opción a dos discotecas que no eludían su naturaleza alegórica: una se llamaba Mañana (Tomorrow); la otra se llamaba Error. Más allá de la referencia a sus respectivos garitos, aquellos nombres tenían la poderosa y evocadora fuerza del símbolo: llegar a Mañana era entrar en el reino de lo conocido, casi un regreso a casa. Se trataba de sobrevivir para alcanzar un nuevo día mientras la cama mece tu borrachera hasta quedarte dormido. Aquella opción, esa primera discoteca, era la elección más sensata: esperar que el futuro nos alcance o conservar un mínimo de lucidez tratando de anticiparte a la transformación que la continúa ingestión de piwo y cubatas preludiaba.
Por el contrario, persistir en el “error” era seguir hacia delante, dejar a un lado el mínimo de cordura y adentrarse en un local que como su nombre indica nunca defrauda. Como quedó demostrado –robo y paseo bajo cero incluido- fue un error ir al Error. Sin embargo, una vez más, decidimos reafirmarnos en nuestra equivocación, pues no sólo se trataba de una noche de fiesta.
-Tío, no vayas ahí, no caigas en eso...
El error es la ironía con la que afrontamos algo que sabemos de antemano condenado al fracaso, la risa (y alguna que otra postura) del mono loco, el caminar bolañianamente de espaldas, siguiendo un punto fijo, rumbo a lo desconocido; llamar en plena noche a los sirvientes de nuestro castillo de arena; el uso de tácticas de “tierra quemada” cada vez que invadimos el Polo(nia) Norte, el sobrevalorado currículum del peluquero del increible Hulk, los programas inverosímiles desde aquí, allá y acullá; los chistes más idiotas de “Agarralo como puedas”; las trifulcas interminables con los señores bajitos y, sobre todo, una serie de monólogos que aunque parezcan decir muchas cosas sólo habla,bla,bla,bla,blan de sí mismos.

El primer error fue en Polonia, el segundo son los ídem que perdemos escribiendo esto, el tercero, evidentemente eres tú, que nos estás leyendo.